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Las manos de María
En el calvario, una de las últimas preocupaciones de Jesús fue confiar a su Madre al apóstol Juan: “Aquí está tu Madre”. El propio evangelista nos testifica que “a partir de esta hora… la llevó a su casa” (Job 19,27).
Según la antigua tradición, después de la muerte y resurrección del Señor, cuando creció la persecución contra los cristianos en Palestina, Juan llevó a María a la ciudad de Éfeso en Asia Menor, en el año 37 d.C., donde pasó el resto de su vida, en una modesta casa de piedras.
No se sabe con certeza cuánto tiempo vivieron allí. De esta permanencia tenemos hoy una “reliquia”: una parte de la casa donde vivió la Madre de Jesús. Pasando por Éfeso en el siglo XII, los cruzados construyeron una pequeña capilla junto a esta casa. El lugar fue abandonado durante mucho tiempo hasta que, a finales del siglo pasado, fue reencontrado. En el altar de la capilla colocaron una imagen de Nuestra Señora de las Gracias. Desde el comienzo de la Primera Guerra Mundial hasta unos años después de la Segunda, la casa de María quedó nuevamente abandonada.
En esa época, personas desconocidas quitaron las manos de la imagen y, según lo que se cuenta allí, las arrojaron al valle justo enfrente. Y así es como sigue siendo hoy la imagen de Nuestra Señora en Éfeso: sin manos.
Al principio, me sorprendió la escena: la imagen de Nuestra Señora, la Madre de Jesús, con los brazos abiertos acogiendo a los peregrinos (alrededor de un millón al año), pero sin las manos. No es fácil aceptar esta situación. Después de todo, las manos de María Santísima acariciaron a Jesús, prepararon su cómoda y lavaron su ropa. Fueron ellas las que apoyaron al Hijo de Dios para que aprendiera a caminar, comer y escribir.
Las manos de María siempre han estado en función de Jesús.
Bien se lo merecían, porque –¡supremo gesto de dolor y amor!– recibir su cuerpo cuando fue sacado de la cruz. Por todo esto, las manos de María podrían dar lugar a un hermoso poema. En Éfeso, sin embargo, su imagen quedó semidestruida, amputada, sin manos.
No sé por qué nunca quisieron proporcionarle otras. Y no será ahora que lo hagan, ya que los peregrinos se han acostumbrado a verla así y se empeñan en llevar a sus casas una reproducción que les recuerda: ¡María está sin manos!
Buscando hacer la lectura de este hecho, concluí que es rico en enseñanzas.
Las manos de María, hoy, son las manos de las jóvenes que, el día de la boda, esperan que sus maridos les pongan la alianza. Son las manos de las religiosas, que se cruzan en un gesto de consagración al Señor.
Son las manos de las enfermeras que, en un hospital, aprietan el brazo de un enfermo terminal, tratando de transmitirle alivio. Son las manos de las madres que cuidan a sus hijos pequeños…
La imagen de María en Éfeso, no tiene manos. Pero ella misma tiene miles, tiene millones de manos en todo el mundo. A través de ellas, María sigue bendiciendo, amparando y consolando.
Para cada mujer que la ve así, es un renovado llamamiento a prestarle sus manos para que con ellas, María continúe por los caminos del mundo, sirviendo a su Hijo Jesús.
Texto – Dom Murilo
S.R.Krieger, scj
(traducción del portugués/GEMN)